Foto: Carmen Parla
Aquella gran ciudad tenía
rincones fabulosos que no visitaba desde mi niñez en un viaje con mi familia.
El parque del retiro, me recordaba a la conversaciones que manteníamos mi padre
y yo quizás demasiado profundo para aquella edad y que intentaba transmitirlas
mediante fabulas para mi mejor comprensión. Él siempre me decía: “La vida es
como una partida de ajedrez, afrontar los problemas del día te hace
evolucionar, ver las cosas con otra perspectiva y aumentar tu capacidad
resolutiva”.
Odio aceptarlo pero llevaba mucha
razón, y como en las mejores partidas de ajedrez debería de sacrificar la dama
para poder ganar la partida. Ya que, como cabía de esperar, el paseo por aquel
maravilloso parque lleno de parejas en barca me hizo recordarla. Acto seguido,
me percaté que era la hora de comer, cogí una lata de melva, escurrí todo su
aceite en una papelera y comencé a almorzar. Apenas termine mi lata, pensé que
tendría la capital preparado para mi llegada o lo que yo podría ofrecerle a
ella, así que aun quedándome poco dinero decidí que pocas formas habrían de
gastarlo mejor que en cerveza. De esta forma, deambulando por las calles de la
capital, llegué al barrio de San Bernardo en Madrid y entré en un garito donde
se escuchaban canciones de Radio futura y Mecano además de otras canciones
propias de La movida madrileña.
Me senté junto a mi estrella
Galicia, y comencé a leer la prensa de aquel día. A continuación, el camarero
al ver que llevaba una gran cantidad de equipaje encima me pregunto de donde
venía, y de este modo comenzamos a hablar sobre las profundas inquietudes que
dieron pie a mi viaje. Entre cervezas y avellanas rancias anocheció, y puesto
que no tenía donde quedarme a dormir, el camarero que anteriormente supe que se
llamaba Mikel, me ofreció su casa para pasar la noche. En primer lugar, le
ayudé a cerrar el bar limpiando las sillas y las mesas que habían sido
manchadas por las diversas bebidas y tapas, algunas de ellas casi intactas y de
las que no pude resistirme en degustar. Una vez finalizado el trabajo, nos
pegamos una gran caminata hasta su casa, en la que tuve el placer de conocer a
su familia formada por su esposa Amaia, y su niño recién nacido llamado Aitor.
Después de que la familia me invitara a una cena contundente, Amaia acostó a su
hijo y después se reunió con Mikel y conmigo en el salón.
La sobremesa transcendió hacia
temas de conversación inhóspitos, las peleas matrimoniales estaban a la orden
de la noche, sintiéndome aislado de aquella conversación: El colegio de Aitor,
comprar su tata de cumpleaños… Sin duda todos aquellos eran problemas del 1º
mundo, sin saber que detrás de la mayoría de la ropa y juguetes de Aitor, había
miles de niños explotados en su confección.
La pobreza a nivel mundial parece
un tema tabú en nuestra sociedad, algunos prefieren mirar hacia otro lado y
callar, otros solo relativizan la situación de España con otras potencias
europeas, incidiendo en las carencias que tiene nuestro país al respecto. Destacando
de entre ellas, la corrupción y el ‘‘pasotismo que hace gala nuestros políticos.
De entre este tipo de personas abundan aquellas con un pobre sentido de la
autovaloración, prefiriendo cobrar en negro para ahorrarse los impuestos o
imponiendo el ‘‘deporte rey’’ a mucha de sus citas con la vida.
Finalmente existen personas que
son conscientes de la situación y deciden ayudar, pero realmente. ¿Cómo pueden
hacerlo?
Sinceramente mi poca experiencia
en este campo, no me permitían hablar mucho sobre este tema. Existiendo
diversas “ONGs” de las cuales una ínfima parte es la que destina todo sus
recursos a la causa, aunque para mí la manera que me parecía más directa y
eficaz sería ayudarles en persona. En consecuencia, desde este último punto de
vista, se necesita una vocación y dedicación total altruista, esperando que con
tu lucha algunas personas más se unan y se logre avanzar algo, aunque con pocas
posibilidades. No siendo muy diferente de dedicarle toda tu vida a la ciencia o
la música.
A la mañana volvía tomar de nuevo
mi camino, caliente de mis pensamientos nocturnos cogí mi móvil y me dedique a
buscar el vuelo más “barato” hacia Sudamérica, ya que allí podría realizar
ayuda humanitaria al mismo tiempo que recorría sus extensiones llenas de flora
y fauna.
El hecho de que los vuelos por
esas fechas costaran un mínimo de cuatrocientos euros, hizo que necesitase
encontrar un curro, lo que solo alargaría mi estancia en la capital y con ella
mi aventura fuera de casa.
Leibniz.
Comentarios
Publicar un comentario