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Cuaderno de bitácora de supervivencia. Capítulo 4.

                                  Foto: Carmen Parla

    Aquella gran ciudad tenía rincones fabulosos que no visitaba desde mi niñez en un viaje con mi familia. El parque del retiro, me recordaba a la conversaciones que manteníamos mi padre y yo quizás demasiado profundo para aquella edad y que intentaba transmitirlas mediante fabulas para mi mejor comprensión. Él siempre me decía: “La vida es como una partida de ajedrez, afrontar los problemas del día te hace evolucionar, ver las cosas con otra perspectiva y aumentar tu capacidad resolutiva”.

    Odio aceptarlo pero llevaba mucha razón, y como en las mejores partidas de ajedrez debería de sacrificar la dama para poder ganar la partida. Ya que, como cabía de esperar, el paseo por aquel maravilloso parque lleno de parejas en barca me hizo recordarla. Acto seguido, me percaté que era la hora de comer, cogí una lata de melva, escurrí todo su aceite en una papelera y comencé a almorzar. Apenas termine mi lata, pensé que tendría la capital preparado para mi llegada o lo que yo podría ofrecerle a ella, así que aun quedándome poco dinero decidí que pocas formas habrían de gastarlo mejor que en cerveza. De esta forma, deambulando por las calles de la capital, llegué al barrio de San Bernardo en Madrid y entré en un garito donde se escuchaban canciones de Radio futura y Mecano además de otras canciones propias de La movida madrileña.

    Me senté junto a mi estrella Galicia, y comencé a leer la prensa de aquel día. A continuación, el camarero al ver que llevaba una gran cantidad de equipaje encima me pregunto de donde venía, y de este modo comenzamos a hablar sobre las profundas inquietudes que dieron pie a mi viaje. Entre cervezas y avellanas rancias anocheció, y puesto que no tenía donde quedarme a dormir, el camarero que anteriormente supe que se llamaba Mikel, me ofreció su casa para pasar la noche. En primer lugar, le ayudé a cerrar el bar limpiando las sillas y las mesas que habían sido manchadas por las diversas bebidas y tapas, algunas de ellas casi intactas y de las que no pude resistirme en degustar. Una vez finalizado el trabajo, nos pegamos una gran caminata hasta su casa, en la que tuve el placer de conocer a su familia formada por su esposa Amaia, y su niño recién nacido llamado Aitor. Después de que la familia me invitara a una cena contundente, Amaia acostó a su hijo y después se reunió con Mikel y conmigo en el salón.

    La sobremesa transcendió hacia temas de conversación inhóspitos, las peleas matrimoniales estaban a la orden de la noche, sintiéndome aislado de aquella conversación: El colegio de Aitor, comprar su tata de cumpleaños… Sin duda todos aquellos eran problemas del 1º mundo, sin saber que detrás de la mayoría de la ropa y juguetes de Aitor, había miles de niños explotados en su confección.

    La pobreza a nivel mundial parece un tema tabú en nuestra sociedad, algunos prefieren mirar hacia otro lado y callar, otros solo relativizan la situación de España con otras potencias europeas, incidiendo en las carencias que tiene nuestro país al respecto. Destacando de entre ellas, la corrupción y el pasotismo que hace gala nuestros políticos. De entre este tipo de personas abundan aquellas con un pobre sentido de la autovaloración, prefiriendo cobrar en negro para ahorrarse los impuestos o imponiendo el ‘deporte rey’’ a mucha de sus citas con la vida.

    Finalmente existen personas que son conscientes de la situación y deciden ayudar, pero realmente. ¿Cómo pueden hacerlo?

    Sinceramente mi poca experiencia en este campo, no me permitían hablar mucho sobre este tema. Existiendo diversas “ONGs” de las cuales una ínfima parte es la que destina todo sus recursos a la causa, aunque para mí la manera que me parecía más directa y eficaz sería ayudarles en persona. En consecuencia, desde este último punto de vista, se necesita una vocación y dedicación total altruista, esperando que con tu lucha algunas personas más se unan y se logre avanzar algo, aunque con pocas posibilidades. No siendo muy diferente de dedicarle toda tu vida a la ciencia o la música.

    A la mañana volvía tomar de nuevo mi camino, caliente de mis pensamientos nocturnos cogí mi móvil y me dedique a buscar el vuelo más “barato” hacia Sudamérica, ya que allí podría realizar ayuda humanitaria al mismo tiempo que recorría sus extensiones llenas de flora y fauna.


    El hecho de que los vuelos por esas fechas costaran un mínimo de cuatrocientos euros, hizo que necesitase encontrar un curro, lo que solo alargaría mi estancia en la capital y con ella mi aventura fuera de casa.


Leibniz.

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